marzo 11, 2006

¡Qué linda está la luna hoy!...

¡Qué linda está la luna hoy!
Me parece que está sonriendo.
Sí, me sonríe.
Una estrella me hace un guiño.
sin duda la noche de hoy está agradable y me sonríe.
Y me desea suerte.

Cómo me encanta caminar por la ciudad de noche
tan despreocupado de todo.
Me siento libre.
El viento me toma por el costado y me mueve el pelo,
entonces giro un poco y cierro los ojos.
El viento, de frente a mi cara, me hace sentir vacío de toda pena,
como si se las llevara en el soplido.
Pero me las deja.
Sabe que las necesito.

La luna sigue ahí arriba, blanca, seductora.
Me mira y sonríe otra vez.
Sabe que lo disfruto.

La gente a mi alrededor, caminando bajo las luces municipales,
hace que me descubra en soledad.
Son tan bonitas estas personas,
tan inocentes a pesar de todo.
A veces me miran y sonrío.
No puedo evitarlo.
La noche me está sonriendo.

Trato de escapar a las imágenes que sobran.
Quiero disfrutar de la poesía de la noche,
del viento, de la gente.
Quiero disfrutar de lo que veo y lo que siento.
No quiero hablar.
No quiero soñar.
Dejame disfrutar de la noche que me esta sonriendo.

Dióscuros (II)

Dos amigos lucharon en la vida a la par. Un día uno de ellos murió. El otro lloró y luego sonrió tras el recuerdo. Entonces el primero sintió la felicidad de Cástor.

febrero 19, 2006

Dióscuros

Luchando en la vida a la par de mis amigos, un día moriré. Deseo que, junto a sus llantos que no podré negar, llegue también la sonrisa y el recuerdo. Entonces sentiré la felicidad de Cástor.

septiembre 19, 2005

Reflection in a dream

      Recuerdo despertarme entre sorprendido y feliz en un complicado momento de mi vida. Recuerdo, además, despertarme con la urgencia de escribir las líneas que, palabra más, palabra menos, son las que cuento a continuación.
      Este sueño comienza conmigo (y quizás con otras personas) entrando a una extraña mansión que cumplía la función de una casa de retiro, una pensión o un asilo de ancianos. O quizás fuera todo esto a la vez. Desconozco si el hecho de ingresar era deseado o fortuito, pero sé que tenía la certeza de que era lo correcto. Una vez dentro, supe que debía recorrerlo. El lector imaginará (correctamente) las características laberínticas de este lugar. La mansión no se limitaba a una serie confusa de habitaciones y corredores, sino que albergaba pasajes muy estrechos tanto en su apertura como en su altura que apenas dejaban pasar a una persona agachada, ladeada, o inclusive acostada. Andamios y estructuras metálicas se confundían con armarios y roperos que también era necesario atravesar.
      Dije que este edificio estaba destinado a albergar personas. Al caminar las encontraba o perdía deseándolo o sin desear. Estas personas fueron irrelevantes hasta que mi deseo por salir comenzó a crecer. Comencé a buscar ayuda en ellas. No muchas podían auxiliarme y no todas querían hacerlo. Encontré a otros que buscaban la salida y encontré a algunos que habían resignado tal búsqueda. Sin desearlo pero aceptándolo se convertían en nuevos inquilinos.
      En un momento y como en una revelación supe que me encontraba frente a la puerta correcta. Con el temor que brinda la incertidumbre pero la seguridad de hacer lo correcto, abrí y salí.
      Ahora me encontraba ante un parque. Frente a mi, una callecita sinuosa que conducía a un bosque. A lo lejos y detrás de los árboles podía ver un parque de diversiones. A mis espaldas, la mansión había perdido toda importancia, ni siquiera puedo asegurar que aún hubiera estado allí. Desconocía si el hecho de encontrarme frente a este parque era deseado o fortuito, pero tenía la certeza que debía recorrerlo. Aún con toda la incertidumbre, este cambio de laberinto ya no me pareció ajeno. Sonreí y comencé a caminar.

mayo 31, 2005

Las dos miradas

 
      Por las calles de Basora caminó una mujer cuyos ojos deslumbraban a la ciudad. Los hombres imaginaban su cuerpo escondido bajo sus túnicas: sus labios, sus pechos, su vientre, sus cabellos. Sus ojos verdes eran tan hermosos que ningún hombre se animó a desposarla por temor al desengaño. Sólo el espejo de su alcoba conoció la sinceridad de su mirada.
 
      Por las calles de Lutecia caminó una mujer cuyos pechos saciaron la sed de los lascivos. Ningún hombre alzó su mirada para observar la sinceridad de su corazón. Sólo el espejo de su baño conoció la belleza de sus ojos.

abril 17, 2005

Un evento

      -- Perdón -- dijo Julio
      -- Perdón -- dijo Marta casi al mismo tiempo.
      Caminaban en direcciones encontradas, sumidos en sus propios mundos, pero este pequeño golpe de hombros a modo de encuentro casual, los trajo a la realidad. O no todavía. Antes siguieron unos pasos más.
      Julio volvió la vista hacia atrás y se encontró con los ojos de Marta.
      Marta volvió la vista hacia atrás y se encontró con los ojos de Julio.
      Casi se sonrieron.
      Cada corazón dio un salto y en un segundo les faltó el aire.
      Continuaron su camino con un pie en la realidad. Más tarde cada uno pensaría en el otro.

abril 09, 2005

Trama para un cuento

      Dos personas (un hombre y una mujer) cuyas vidas se cruzan una vez, por casualidad, incidentalmente. Intercambian palabras, intercambian miradas. Se alejan y al hacerlo cada uno va descubriendo que siente atracción por el otro.
      El resto del cuento relata los desencuentros constantes de estas dos personas que quizás estuvieron hechas la una para la otra.
      Ejemplo de desencuentro: él entra a una panadería, pide media docena de medialunas y sólo quedan cinco. Se las lleva y se va. Al momento entra ella pide media docena de medialunas y la panadera le dice que un muchacho se acaba de llevar las últimas cinco. (No se por qué recuerdo una panadería en particular y siento que esta escena ocurrió allí.)
      El cuento puede terminar en un desencuentro eterno, o en un encuentro inesperado y casual que no es reconocido como tal por ambos. (Ej.: se chocan al caminar por la calle pero se ignoran.) En este último caso quizás exista una reacción tardía.

abril 02, 2005

La visita

      Don Matías se sobresalto con el silbido de la pava. Se había sumergido en su lectura y el agua hirvió. Fue hacia la cocina y recordó a Sara enfriando el agua con un chorrito de la canilla. Quizás más por superstición que por pericia, nunca compartió el método de su esposa: El agua del mate no debía hervir.
      Cambió el agua de la pava y esta vez se quedó en la cocina a esperar. Se quedó contemplando el campo a través de la ventana. En el gran jardín florecían los jacarandás y las acacias. En el horizonte se notaba aún los rastros de alguna inundación pasada.
      Mientras cebaba el primer mate presintió que alguien más andaba allí. Agudizó sus oídos, pero inmediatamente dejó la idea. Sabía que estaba solo. Lo estaba desde hacía 10 o 15 años. No lo recordaba exactamente. En realidad, tampoco importaba. Ya se sentía solo desde antes, desde la muerte de Sara.
      Sin embargo, en el living descubrió a don Pedro hurgando en su biblioteca. Era un Pedro de unos treinta y tantos y no obstante un Pedro que reflejaba la sabiduría de un anciano.
      Sin mirar a su padre, Matías se cebó un mate y dijo,
      -- Nunca se te fue esa manía de mirar bibliotecas ajenas. ¿Seguís buscando personalidades entre los lomos de los libros?
      -- Sí, y a vos no te vendría nada mal tener alguna que otra lectura ligera, algún Condorito entre tanto Dostoievski y Nietszche. O por lo menos algún cuentito del padre Brown -- dijo Pedro volviéndose a su hijo.
      -- Quizás le de una oportunidad a Chesterton uno de estos días -- y se tomó el mate de un sólo sorbo.
      Con una sonrisa, Pedro hizo explícito que el comentario se había repetido más de un par de décadas atrás en una vieja conversación. Matías jugó a ignorarlo y Pedro se limitó a contemplarlo. Finalmente y como falto de paciencia, Matías dijo:
      -- ¿Qué querés, papá? -- Llamativamente no se sentía incómodo llamando "papá" a una figura veinte años más joven que él.
      -- Verte. Hace años que quería volver a verte. Me sentía privado del placer de contemplarte. Jamás deje de disfrutar el simple hecho de verte crecer, de verte descubrir, de verte indagar, probar, intentar. Todavía te veo bebé, golpeando incesantemente con tu palma en la mesa. Te veo con dos años tratando de patear una pelota. Te recuerdo adolescente escondiendo las borracheras nocturnas. Recuerdo tus discusiones de joven mientras formabas tus propias opiniones. Debe haber sido duro discutir conmigo. Siempre me expresé como si mis opiniones fueran las más sólidas. Siempre las esgrimí como si fueran obvias.
      -- No recuerdo que te equivocaras -- dijo Matías mirando su mate.
      -- Pero sí me equivoque, -- replicó Pedro de inmediato. -- Te he hecho sentir impotente e indefenso en esas discusiones. Como padres, siempre cometemos errores. Nos juramos no hacerlo cuando nuestros recuerdos visitan nuestra juventud, pero aún así... Cuando yo cumplía los treinta, vos ya empezabas a tener forma en mis sueños, inclusive antes de que tu madre fuera importante en mi vida. Cuando naciste, yo me sentí pleno. Te vi crecer, a vos y luego a tus hermanos, y más tarde a tus hijos. He disfrutado cada segundo, y eso vos lo sabés bien. De la misma manera que sabés que te he extrañado estos últimos 15 años. Respeté tu elección (parcialmente, lo sé) pero no pude dejar de extrañarte, de desear que estuvieras cerca mío. No llores, Matías. No estoy aquí para hacerte llorar. Sólo he venido para decirte que acabo de morir y que sé que aún me querés, y para pedirte que vuelvas con tu madre y con tus hijos para volver a mí.
      Matías finalmente miró a su padre quien ahora con 95 años lo contemplaba con una suave sonrisa satisfecha. Tranquilamente, Pedro se levantó y, tocandole cariñosamente el hombro, le dijo:
      -- Matías, hijo, despertate. El agua del mate está hirviendo.
      Don Matías se sobresaltó con el silbido de la pava y el libro cayó de sus manos.